jueves, 13 de marzo de 2014

Devocionario para Cuaresma y Semana Santa (cont).

5.-CONFESIÓN CUARESMAL.


El precepto de "Confesar por lo menos una Vez dentro del año", urge en la Cuaresma.

Prepara una buena confesión, que puedes hacer el sexto día de tus Ejercicios Espirituales, o en otra ocasión dentro de este Santo Tiempo de Cuaresma.

Esta Confesión puede ser actual, si confiesas lo ocurrido desde tu última confesión bien hecha, o anual, si, renovando el dolor, de anteriores confesiones, repites, además, lo que más te duela de lo ya confesado y absuelto desde la Cuaresma del año anterior. No porque se dude del perdón, sino porque es conveniente procurar una perfecta contrición de los pecados principales y aumentar la Gracia con una nueva absolución; así postulaba con lágrimas el Rey David, aunque ya había sido perdonado: "Lávame más y más de mi iniquidad y límpiame de mi pecado" (Ps. L-4).


MODO DE HACER UNA BUENA CONFESION.

1.- Examen de conciencia.- Después de haber invocado las luces divinas, examina tu conciencia comparando tu conducta con:

a) Lo que Dios manda en el Decálogo, mandamiento por mandamiento.

b) Lo que la Iglesia manda en sus cinco precepceptos.

c) Lo que debes cumplir conforme las obligaciones de tu propio estado (matrimonio... celibato...).

d) Lo que Dios te ha inspirado de bueno invitándote a que lo hagas. Lo que te ha pedido en sacrificio. El uso de tus sentidos y facultades...


Y recuerda de examinar lo mal hecho y las obligaciones omitidas, revisando también los pensamientos y las palabras, así como las veces que has caído.

Tu examen no debe ser angustioso ni artificioso; debe ser calmado pero diligente, y no debe durar más de cinco minutos para la confesión actual, y de diez a quince para la confesión anual. De esta manera se evitarán perplejidades y escrúpulos.


2.- Dolor de los pecados.- Con la ayuda de la Santísima Virgen y Señor San José, procura dolerte de haber ofendido a Dios. Este dolor no es físico sino un pesar moral, no siempre sentimental, pero sí siempre apreciativo.


3.- Propósito de enmienda.- El dolor no es verdadero si no envuelve el propósito de no volver a pecar y la resolución de evitar y huir las ocasiones de pecado.


4.- Confesión.- Declara al Sacerdote Confesor tus pecados tal como los tienes en la conciencia y en la memoria en el momento de confesarte, advirtiendo las veces y alguna circunstancia que mude la especie. En esto último conviene responder, con sencillez las preguntas que el Confesor estime oportunas.

Que tu declaración sea breve, sin historias, resumida en pocas palabras. Que tus expresiones sean claras pero decentes y muy recatadas.

Escucha humildemente los consejos del Confesor.

Recibe con sencillez la penitencia que te fuere impuesta.

Cuando el Confesor lo indique, reza el Acto de Contrición que ya conoces. El de Rípalda es insuperable; pero si deseas, puedes usar el siguiente que es sencillísimo:

"Señor mío Jesucristo, me arrepiento de heberte ofendido porque Tú eres mi Dios y yo te amo más que a nadie: Recibe mi confesión y perdóname. Ayúdame con tu gracia para no volver a pecar y dame fuerza para huir de las ocasiones. Amén."

Haz, mientras tanto, la intención de recibir la absolución que el Confesor te otorga por los méritos y con la Autoridad de Cristo y en el Nombre de la Santísima Trinidad.


5.- Satisfacción.- Al levantarte del Confesonario, póstrate ante el Santísimo Sacramento y dale gracias, reiterando tus propósitos. Reza la penitencia que te ha sido impuesta. Si ésta consiste en obras buenas y ha de durar algún tiempo, haz la intención de cumplirlas -y de hecho las cumplirás- pero desde este momento ya puedes comulgar.



COMPUNCIÓN.

Ojalá que estas confesiones bien hechas te alcancen de la divina misericordia el espíritu de compunción.

Tres son los grados de dolor de los pecados: 

Atrición (o dolor imperfecto) y por el cual el alma se duele de haber ofendido a Dios sólo, por haber perdido el cielo y merecido el infierno. 

Contrición (o dolor perfecto) que mueve el alma a dolor de haber ofendido a Dios sólo por ser El quien es, olvidada de sí misma. 

La Compunción (lo perfectísimo) es- también un dolor sobre todo otro dolor de haber ofendido a Dios por ser El quien es; pero este dolor no tiene la vehemencia pasajera de un acto de arrepentimiento en el momento del perdón, sino el sabor que deja en el alma el perdón ya recibido con su dulce unción de amorosa misericordia, y al cual el alma corresponde suave, tranquila y profundamente, doliéndose de haber sido pecadora que negó la gloria a Dios, pero templando ese dolor con la consoladora contemplación de la bondad de Dios que la ha perdonado.

Este misterioso agridulce del dolor y la consolación es permanente: no es un acto sino un hábito. Es un don de Dios.

Tal gracia es la Compunción, que el Autor de la Imitación de Cristo dice: "Más deseo sentir la compunción, que saber definirla" (Cf. I-1-3).

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