lunes, 3 de marzo de 2014

Devocionario para Cuaresma y Semana Santa (cont).

4.-EJERCICIOS ESPIRITUALES.




PRIMER DÍA.
Dios, Creador y Señor Absoluto.


Díos en Sí mismo y hasta la sola concepción de Dios, excede las fuerzas y la capacidad de la mente humana, pero existe con existencia necesaria y matemáticamente cierta.

Siendo El quien es, encierra en sí lo absoluto del ser y de las perfecciones en toda; su infinitud y eternidad.

Felicísimo en Sí mismo, pleno en sus operadores inmanentes o "ad intra", quiso, en un deseo de liberalidad infinita, prodigar su omnipotencia en operaciones transeúntes o "ad extra" es decir, en actos cuyos efectos causaran otros seres y operaran sobre ellos, dándoles el ser no de Sí, sino de la nada, y haciéndolos durar no en su eternidad sino en el tiempo, que es la sucesión del movimiento continuo que por la duración y la acción, imprimió en la materia.

Así pues, todo lo que existe, de Dios tiene principio. El es la causa, todo ser es efecto de su omnipotencia; El es el Creador y todo cuanto existe, la creatura.


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Yo no existía. Era yo una simple posibilidad. Una partícula de polvo era entonces infinitamente más que yo, porque poseía el ser y yo no era nada, y la distancia que media entre el ser y la nada es infinita.

Ahora existo y no fui yo la causa de mí mismo... Tengo el ser, y un ser consciente... Es así que todo ser es creación divina; luego Dios me creó.

Y para crearme, salvó con un acto infinito de su omnipotencia la distancia infinita que existía entre mi nada y mi ser. ¡Soy obra de la omnipotencia creadora de Dios! ¡Soy creatura suya!


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Cualesquiera que sean los caminos de investigación sobre mi ser, siempre encontraré un dualismo fundido en uno: Cuerpo y alma, que soy yo.

Para crear mi cuerpo, Dios creó primero la materia; luego hizo de barro el cuerpo del primer hombre y con un soplo de su ser le infundió el alma racional, viviente y vivificante. Entre las dotes naturales con que enriqueció esa primera obra, le participó su facultad creadora dándole fecundidad. Estableció las leyes biológicas para la transmisión del cuerpo pero se reservó a Sí mismo la creación del alma. La razón es que el cuerpo, materia organizada, es disociable y asociable, multiplicable y divisible, en tanto que el alma, substancia espiritual y simplísima, ni se divide ni se comunica: existe en sí individuada, aislada e incomunicable. Cada nueva alma existe en fuerza de una nueva creación.

Mas no por eso se desentendió de mi cuerpo: con base en las leyes biológicas aplicó su Providencia para guiar la teleología de su formación; actitud conmovedora que el Salmista expresa con gráfica comparación: "Tú formaste mis entrañas; Tú me tejiste en el seno de mi madre ... mis huesos no te eran ocultos cuando fui modelado en secreto y bordado en las profundidades ... " (Ps. CXXXVIII-13; 15). Y mi alma la creó especialmente para mí y la infundió uniéndola substancialmente a mi principio somático en el primer instante de mi concepción.

* * * *

Soy, pues, creatura de Dios. De El tengo el ser y la vida, las facultades y potencias, la conciencia y la actividad.

Síguese de esto el absoluto dominio que Dios tiene sobre todo cuanto existe, visible e invisible.

Corpóreo y espiritual, sobre el tiempo y el espacio; sobre mí sobre mi cuerpo, sobre mi alma...


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SEGUNDO DÍA
El fin del hombre y el uso de las creaturas.



Esta verdad sublime: Dios es mi creador, Dios es mi dueño, lejos de sujetarme y humillarme, imprime en todo mi ser un sello de gloria. Me hace sentirme como tomado de la mano por mi Padre, amado y protegido. No soy un ciego efecto de la casualidad ni el producto fatalista de una humillante evolución.

El hecho de reconocer a Dios como Creador de cuanto existe, me conecta con todos los seres, primeramente con mis semejantes, con mis prójimos los humanos, y después con los demás seres, las criaturas sensitivas, las simplemente vivientes y las sólo existentes. ¡No estoy solo! Entro en una armonía universal con las demás obras de mi Creador.

Pero así como el Creador me ha lanzado a la existencia con acción consciente y deliberada, así también me ha dado la existencia con un fin determinado: "Todo lo ha hecho Yahvéh para Sí mismo" (Prov. XVI-4); y esta es la finalidad que imprimió en la naturaleza de sus creaturas: su gloria externa.

A todos los seres dotados de inteligencia y voluntad, capaces de entender y de amar consciente y deliberadamente plasmados a su imagen y semejanza, Dios nos dice: "Yo os escogí a vosotros y os destiné para que vayáis y llevéis fruto y vuestro fruto permanezca" (Jn. XV-16). He ahí la finalidad concreta de un ser que, sacado de la simple posibilidad, se le ha hecho existir en acto y se le ha dado una misión: traer, producir un fruto, fruto que permanecerá para siempre en beneficio personal del ser que, correspondiendo al don de la existencia, ha cumplido su misión: glorificar a Dios en el tiempo. Esta gloria tributada a Dios está entrelazada a la glorificación de quien la tributa: sale con ella glorificado porque en ella encuentra el premio de la bienaventuranza eterna.

Esta es la razón de aquellas celebérrimas palabras de San Ignacio: "El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios Nuestro Señor, y mediante esto salvar su ánima ..." (Ejerc. Ppío. y Fund.)


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¿Y cómo podré cumplir con esta finalidad?
-Cumpliendo la amorosa voluntad de Dios que, como Dueño, puede imponérmela.

¿Qué medios debo usar para cumplirla? 
-Mi propio ser, aplicando mis potencias y sentidos a esta empresa. Concurren en mi ayuda todas las criaturas que me rodean; he de usarlas como medios para alcanzar mi fin; pues para esto han sido creadas.

Creó el Señor primero las cosas todas del universo como para preparar y adornar la entrada y estancia de su hijo predilecto. Finalmente creó a ese hijo y lo puso como rey de la creación: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza para que domine a los peces del mar y a las aves del cielo y a las bestias y a toda la tierra y a todo reptil que se mueve sobre la tierra" (Gén. 1-26).

Por estar el hombre sobre toda la creación, debe usar de esa obra de su Padre Dios como administrador de la obra divina, viendo en ellas auxiliares e instrumentos de salvación. No debe sujetarse a los bienes sensibles aunque por otra parte le causen agrado y satisfacción, sino enderezarlo todo a su unión con Dios, que es su única misión. El uso, el empleo recto y sobrio de las creaturas ha de ser un escalón para la gloria; cada una de ellas, un vehículo que le conduzca al cielo.

Debo considerar todas las cosas como un medio para alcanzar mi fin supremo, pues si "invirtiera el orden haciendo fin lo que ha sido creado como medio, frustraría mi fin supremo y perecería con el medio.



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