viernes, 7 de marzo de 2014

Devocionario para Cuaresma y Semana Santa (cont).

SÉPTIMO DÍA.
Los Novísimos.



El esfuerzo que me pide el Señor por alcanzar el Reino dé los cielos (cf. Mth. XI-12), aunque es sostenido y perseverante, no será para siempre: sólo durará los pocos años que me restan de vida.

La vida es breve y pronto vendrá la muerte a poner punto final a mis trabajos y penalidades, como también pondrá término a los goces y placeres sensibles. Hay que "redimir el tiempo perdido" (Eph. V-16); si no aprovecho ávidamente el tiempo de mi vida corro el riesgo de ser sorprendido por la muerte como lo fueron los contemporáneos de Noé (Gén. VII-23; Cf. Mth. XXIV-37).

Entonces quedará patente la vanidad de las cosas de la tierra, pero sobre todo el vano empeño de quienes pretendieron edificar aquí su morada permanente ... (Cf. Eccles).


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Una vez se muere, porque así lo ha decretado el Dador de la vida (Cf. Haebr. IX-27), e inmediatamente se presenta el alma ante el tribunal de Cristo para dar cuenta de sus actos, sean buenos o sean malos (Cf. Rom. XIV-10; II Cor. XIV-10). Serán llamadas a declarar en mi presencia los testigos de mi actuación, las criaturas, que, habiendo sido creadas como compañeras de mi destierro y ayudadoras para mi satisfacción, fueron subyugadas a mi perversa voluntad y pervertidas en su fin convirtiéndolas en instrumento de pecado y de una satisfacción egoísta.

¿Qué responderé ante el Juez Supremo, cuya sabiduría y justicia le hacen infalible?

Por lo contrario, si los breves días de mi vida fueron ajustados a la voluntad divina con esfuerzo constante por agradarle más y más, descansaré confiado en esta palabras del Espíritu Santo: "Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor, ya desde ahora. Sí, dice el Espíritu; que descansen de sus trabajos, porque sus obras los acompañan" (Apoc. XIV-13).


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A este juicio seguirá la sentencia infalible que fijará mi situación eterna: o eternamente feliz "ea, siervo bueno y fiel ... entra en el gozo de tu Señor" (Mth. XXV-21; 23), o eternamente desgraciado: "en verdad os digo, no os conozco"; "apartáos de mí los que obráis la iniquidad" (Mth, XXV-12; Luc. XIII-17).

La sentencia se dará en el preciso momento de mi muerte real, mismo en que se desarrolla el juicio, mismo en que mi alma pasará del tiempo movible y huidizo, a la eternidad, fija e inmutable.

Inmediatamente pasará mi alma a su destino definitivo. No la aprobará ni reprobará el Divino Juez, sino sus propias acciones, buenas o malas. Y cuando acabe el mundo, "cuando el Señor haga surgir de la tierra a los muertos", vendrá mi alma a informar nuevamente mi mismo cuerpo y recibirá públicamente la confirmación de la sentencia en el juicio universal. Alma y cuerpo; mi yo total, compañeros de pecado o de virtud en el tiempo, serán indisolublemente copartícipes de la gloria o del infierno para toda la eternidad.


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El infierno, lugar donde los condenados sufren la pena de daño por el apartamiento de su último Fin: "Apartaos de Mí, malditos", y la pena de sentido por indecibles tormentos: "al fuego", y ésto para siempre: "eterno" (Mth, XXV-41), es "el conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno" (Ríp.) Fue "preparado para el diablo y sus ángeles", o sea para sus ángeles y para todos aquellos que quieran seguirlo" (Ib).


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En tanto que el Cielo, la Bienaventuranza eterna, la posesión de Dios, "fue preparado para los hombres, para nosotros, para tí, para mí, desde la creación del mundo" (Cf. Ib. 34). Allí, "lo que ojo no vió, ni oído oyó, ni a corazón de hombre se antojó, tal preparó Dios a los que le aman" (I Cor. II-9). Un Dios más inclinado a perdonarme que a condenarme, espera con los brazos abiertos y nos llama allá con estas enternecedoras palabras: "¡Venid, vosotros los benditos de mi Padre.!" (Ib. 34).


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OCTAVO DÍA
¡Ánimo! - ¡Perseverancia!



La historia de la salvación desde la creación hasta la glorificación, cuya trama he seguido paso a paso y considerado profundamente, es para mí un incentivo de amor a Dios.

Dios me creó; existo por bondad suya. Me señaló la misión de glorificarle; ligó mi propia felicidad a esa misión, si la cumplo fielmente. Me dio a las criaturas por compañeras de viaje en esta peregrinación, por instrumentos de santificación y por vehículos que me conducen al cielo.

Además, ha usado conmigo de una paciencia y misericordia verdaderamente divinas, redimiéndome a costa de humillaciones y dolores suyos, elevándome al orden sobrenatural de la gracia, colmándome de sus dones, y me espera con los brazos abiertos en el cielo, donde he de llegar primero en alma y después en alma y cuerpo.

En el trayecto me ha acompañado con su gracia, me ha levantado con su perdón, me ha dado espacio para penitencia... espacio que no dió a los Ángeles rebeldes ... espacio que abrevió a mis Primeros Padres... espacio que negó a muchos pecadores más dignos que yo, porque hubieran sabido aprovecharlo ...

¿Habrá argumentación seria que me pruebe lo contrario? ¿Habrá otra conclusión más justa que una exclamación de gratitud, que un éxtasis de amor?


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Después de esto quiero examinar cuál ha sido mi correspondencia: ¿la indiferencia ... ? ¿la ingratitud ...? ¿la traición a estilo de Judas ...?


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Es urgente que yo me fije una meta y que enderece mis pasos hacia Dios: si tal ha hecho Dios conmigo que por mi bien "no perdonó a su propio Hijo" (Rom. VIII-32), ¿qué debo hacer por Dios en adelante para corresponder a esta liberalidad cuya amplitud inconmensurable la caracteriza como el don de sólo Dios?

La entrega de mi vida; el sacrificio de todos mis gustos, la lucha por extender su Reino, el esfuerzo continuado por imitar a Jesús, la identificación de mi alma con El para que El y sólo El viva y opere en mí.


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Conviene, sin embargo, percatarme de que, aunque "el espíritu está presto, la carne es flaca" (Mc. XIV-38). Esta lucha por el propio vencimiento, este machacar constante sobre los propios defectos, esta repetición de actos buenos que engendra la costumbre, esa consciencia de la costumbre que hace la virtud y esa fortaleza en la virtud que forja el carácter y la santidad acrisolada, requieren constancia, perseverancia.

El tentador no se dará por vencido: volverá a la,carga con "siete espíritus peores que él" (Mth. XII-45); mas la Gracia de Dios,vendrá en mi auxilio, y ésta me basta, pues la fuerza de Dios culmina en la debilidad del alma que se debate en la prueba (Cf. II Cor. XII-9).


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Así pasarán las horas, los días, los meses y los años, unos en paz, otros en guerra; sonriendo en unos, afligido en otros; golpeado aquí, victorioso allá; pero siempre mí alma estará en vela esperando a Cristo (Cf. Mth. XXIV-42), dispuesta a refugiarse en Cristo, a unirse a Cristo ... El me ayudará a llevar mi cruz, El me sostendrá para cumplir el fin para el cual ha sido creado, de modo que, fincando en El todo lo que tengo y lo que soy y lo que puedo, llegue a cantar profundamente convencido: "Por Cristo, con El y en El, a Tí Dios Padre Omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén". (Doxología final del Cánon).


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Fin de los Ejercicios Espirituales de Cuaresma.

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